Conociéndose como se conocía, Gerardo sabía que no iba a aguantar en pie más de dos copas si se iba con sus amigos de la oficina; sin embargo, se dejó arrastrar al bar de la esquina con los del departamento de Compras. Bebieron todo lo que les pusieron por delante, o como diría su compañero Luis, "hasta el agua de los floreros".
Gerardo regresó a su casa dando tumbos desde el taxi que le habían pagado sus amigos. Abrió la puerta del portal después de diez intentos de atinar en la cerradura y sin encender la luz, llegó a la puerta de su casa, en la que había una plaquita dorada con su apellido. Se oyó cómo se descorría una cadena y se abrió la puerta; al otro lado apareció el rostro somnoliento de su ex novia, que llevaba puesto el pijama favorito de él. "Sabía que volverías", balbuceó él, antes de caer en sus brazos.
Cuando despertó, estaba tumbado delante de su puerta, con las llaves en la mano, el traje arrugado, como sus ánimos, y una resaca tremenda, pero sin novia.
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on 15/6/07
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